viernes, 22 de octubre de 2010

Carta a las diez y a las otras:

Una alabanza más y les enviamos al estercolero del espectáculo.



Cuando supe que la flor venía de raíz fuerte y espinaba.


Siento que todos los del corazón, teñido de carne, piel y hueso, se alegraron el jueves histórico (siete de junio del 2007) en que unas personas fueron a la Asamblea Nacional, a revivir, con ideas de silicón, el cadáver y otras se plantaron con ideas de pico, pala, escardilla y pasión para enterrarlo.


Ese día, abracé rostros alegres, acaricié brillo en los ojos, de quienes siempre fueron humillados, pero también sentí desazón en aquellas que esperaban ver salir airoso al cadáver, en nombre de un derecho sin deber, porque sí, porque ha sido natural ser dueño del poder, porque no entiendo a los negros, indios o mujeres gobernando, cuando me adoctrinaron que sólo nacieron para servirme.


De pronto, todas las personas de todas las clases sentimos un corrientazo de miles de voltios, que estremeció todas las simientes de la mina que se nos ha heredado como país.


Como por arte de magia, los ministriles, periodistas, actores, testaferros, entendieron que no eran políticos y los políticos se percataron que su tarea era defender intereses de clases, y los hijos de obreros y campesinos, tornaron vista a su origen y supieron que no podían ser estudiantes neutrales, busca títulos, sin traicionarse a sí mismos; y diputados, gobernadores, alcaldes, dejaron de serlo (en la conciencia del colectivo); ministros ya no estarán, y dirigentes de siglas y frases huecas se esfumarán por la derecha o en la humildad, desaparecerán tras el telón.

A pesar de la máscara, el silicón volvió a los pasillos de los templos centros comerciales, a engullirse lo que queda del mundo y a soñar con otro planeta nuevo, para comérselo también.


La neutralidad discursiva de la patria se mostró trizas, ante las evidencias de lo por nacer y lo por morir.


Quinientos años de construirnos a conciencia capitalistas y esclavos, se evaporan ante el espiche del cuero viejo; los discursos comodín de izquierdas y derechas se trituraron, se molieron, se amasaron para morir; para nacer cachapa de maíz tierno.


De ahora y en adelante toda ideología, toda falsa conciencia, estará en la hoguera cotidiana de la lucha de clases y ningún discurso podrá disfrazar lo evidente. Todo ha quedado desnudo, hasta nuevo aviso.


Después del látigo florece la conciencia


Cuando cada una de las diez habló, desde el profundo cuerpo, donde gesto y palabra eran capullo y mariposa, una película de la pústula que los interesados, los sabios, los acomodados, aún los de nuestro lado, han ocultado más allá de la costra. Pero fue más, se nos dijo quienes somos y de donde venimos, más aún, se nos estremeció para estar en el medio de la calle, ya no como sepultureros y seguidores, sino también como constructores del destino que deseemos ser.


Que el poder no mediatice la flor


He visto en otros tiempos, lejanos y recientes, nacer fresca la palabra, de campesinos, obreros, estudiantes; de distintos sexos, colores, culturas, naciones, religiones; he sentido gesto y palabra como un poema, volverse dura piedra, vacío cuenco, y me he preguntado hasta el hartazgo ¿Quién asesinó estos afectos, que ahora me hablan desde el lenguaje duro y esquelético del poder?


Esta carta que me envío y les entrego, es para decirles, decirnos, que no más ese nombrarnos desde el otro que no somos, “Yo represento” “Vengo en nombre de” “Debemos ir a las comunidades”, “Debemos educar al pueblo” “Debemos darle poder a los pobres” “Empujemos la revolución” “Vamos a incluir a los pobres” “Hay que culturizar a los pobres” “El pueblo no tiene cultura” “El pueblo no es educado” “Hay que subir al cerro” “Hay que bajar al pueblo” “El pueblo es bruto” “El pueblo no piensa” “Vamos a formar a la gente” “Vamos a organizar a la gente”, “Nuestros indígenas” “Nuestros obreros” “Nuestras mujeres” y una ristra más de poderosas palabras y poderosos gestos, que nos han negado y que muchas veces, hemos repetido contra nosotros mismos.


Nunca más debemos excluirnos y nombrarnos desde el afuera, el ahora debe abrazarnos desde el nosotros, no como discurso, sino como intracultura, que cada palabra sea sostenida responsablemente por la sangre que la emite. Que la marquesina no deslumbre, que la humildad sea un modo de vivir, no repetir dirigente, bañarse en el tumulto hasta ser tumulto. Que el poder no mediatice la flor.


La parranda del otro país


Estamos todos invitados, desde cada cuerpo que somos, con el otro, que nadie espere ser llamado, porque esto de la revolución hoy, no es un problema de individuos dirigentes y dirigidos; estamos invitándonos desde lo colectivo Universo o Multiverso planeta, porque necesitamos como primer paso tener conocimiento esencial y radical de los problemas, porque sólo juntos podemos solucionarlos, no más expertos, por ejemplo, que en agricultura hablemos los que sembramos y los que comemos, es decir todos; menos los que de nosotros viven.


Posdata:


Encarecidamente digo a las diez personas que hablaron, y que sentí, fue desde este corazón que hoy se envía esta carta, no dejemos que el corazón se revuelque en el lodazal de lo mediático, el poder obnubila, la alabanza envuelve y el capitalismo está en los detalles. Vamos más allá del espectáculo, como la hormiga, como el obrero, como el campesino, como quien espera la luna, trabajemos cada segundo, como quien va a vivir para siempre, para que esta fractura cultural sea la última, y construyamos desde el socialismo, patria o muerte, de carne y hueso: “Un país transparente/que se le toque el corazón/para que nadie lo dañe”.

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